La artesanía del callar

No decirlo todo. Insinuar. Sugerir. Callar. Mostrar a medias. Todo se vale de este delicado equilibrio entre lo que dice y lo que calla. Entre lo que muestra y lo que oculta. Ya me dijo uno que soy dueño de lo que callo y esclavo de lo que digo. Pero, ¿no es para el hablar que nos la dieron la libertad de expresión?
Día tras día somos aturdidos por avalanchas de palabras, de pensamientos, de opiniones, consejos y deliberaciones. El hablar vacío, el decir inepto, que, así como el viento, se lo escucha, pero pronto se nos va y prontísimo nos lo olvidamos. Y nos molesta el hecho de que, por tanto decir, nos escapa el callar.
Por entonces, se nos dan a creer en esta bendecida libertad. A lo mejor, conseguimos una mirada lejana, pero tan distraída que más nos turba que acude. Y así nos vamos siguiendo, “curtidos de soledad”, en una ola gigante de dichos, pero en un abismo profundo de inacciones.
Hay que reflexionar sobre cómo se construye esta tensión entre lo dicho y lo callado, lo rascado y lo sugerido. Y así descubrimos que no sólo el decir dilucida. El callar también es una herramienta requetefuerte. Y más allá, se cambia en algo tan elocuente cuanto la palabra.
Y nada de esto es política. Tampoco incitación popular. Es un mirar sencillo al arte de callar. Al arte de hablar lo necesario y lo correcto. El don de elegir las palabras portentosas, de aplicarlas objetivamente, ni en demasía, ni en carencia. Es sobre la necesidad de cambiar algo hoy para disfrutarlo mañana. Es sobre el comprender de que ni sólo de charlas vivirá la humanidad. Esto sí que es la descubierta del callar consciente.
Y por un último rato en estos divagares, propongo aquí una oración: la que pide basta por el cha-charlar, pero nos regale la sabiduría de callar para decir, ocultar para enseñar y fuerza para subyugar las tonterías que insistimos en dejar que floten.